Mi experiencia en el mundo de la traducción no es mucha. Cierto es que llevo apenas 3 años traduciendo, y no de forma regular. No obstante, en mi corta carrera traductológica ya me he topado en, desgraciadamente, demasiadas ocasiones con muchos casos de incompatibilidad entre la traducción y la lengua.
Nosotros los traductores somos garantes de nuestra lengua. Debemos defenderla y protegerla como si fuera de nuestra propia sangre. Al fin y al cabo, cada traducción que hacemos es una creación nuestra, un trozo de nuestra alma y es la lengua la que nos habrá ayudado a “dar a luz” a esa criatura. ¿Qué menos que agradecérselo con un buen uso?
¿Qué debemos hacer cuando debemos elegir entre una traducción lingüísticamente correcta y una adaptada al público que va a leerla?
El caso más reciente me ocurrió hace apenas unos días, cuando estaba traduciendo al español un texto en inglés donde se relataban las aventuras y desventuras de la marca Hugo Boss. La palabra polémica fue marketing. Esta palabra está tan inserta en el día a día de nuestra sociedad que las generaciones más jóvenes probablemente piensan que es una palabra que siempre ha estado en nuestros diccionarios. No obstante, no es palabra española, sino un préstamo (uno de tantos), de nuestros amigos ingleses. Si queremos incorporar esta nueva palabra a nuestro vocabulario, debemos hacerlo con todas las consecuencias. Una palabra esdrújula siempre irá acentuada y tal debe ser el caso de esta palabra. Es además importante aplicar la fonética española y ella nos obliga a deshacernos de esa ‘g’ impronunciable. Es por ello que en el nuevo “Diccionario Panhispánico de Dudas” la palabra aparece con su correcta escritura: márketin.
El caso es que, mientras traducía este documento, un joven me vio escribir márketin y en seguida se apresuró a corregirme: -Te falta una g.- Me dijo. Procedí a explicarle todo cuando explico en el párrafo anterior, pero mi argumento no pareció convencerle. –Suena fatal.- Sentenció.
Hablando del tema con una compañera de profesión, ella era de la opinión de que hay que adaptar la traducción a su público, y por tanto hay que escribir marketing, que es la palabra que, erróneamente, se lleva utilizando desde siempre.
Es por eso que me pregunto, ¿hasta qué punto debemos adaptar nuestra traducción? ¿Debe el texto traducido estar por encima de la lengua que le dio la vida? ¿No deberíamos nosotros los traductores introducir estas correcciones para, poco a poco, ir acostumbrando a las masas?
Esta defensa debería ser labor de todos, no sólo de lingüistas y académicos de la lengua, empezando por quienes ponen las voces en los doblajes de las series de televisión, que parecen no conocer la fonética española y pronuncian algunas palabras de forma extraña. Por ejemplo, ¿desde cuándo la i española se pronuncia ai? Esta nueva fonética no la conozco todavía, pero desde luego los de la caja tonta la tienen muy bien aprendida, porque ya he perdido la cuenta de las veces en que he oído a los protagonistas de una de las series de moda gritar: -¡Policía de Maiami!- Y yo creyendo desde siempre que esa ciudad del estado de Florida era Miami. Debe ser que hay otra ciudad cercana que tiene este otro nombre, quizás en el estado de Ojaio.
Yo siempre trataré de contagiar este amor por la lengua a compañeros de profesión, amigos, familia y, en definitiva, a todo el que pueda. No obstante, al final del día, cuando me siento a reflexionar en el sofá, resulta inevitable recordar una de las más básicas premisas del marketing: "El cliente siempre tiene razón".
Copyright © ProZ.com, 1999-2024. All rights reserved.